Epitelios
Román PC
Desde aquí puedo ver el vuelo de las aves y
más abajo, la silueta de la ciudad en la que
vivo. La distancia me oculta sus rasgos pero
aun soy capaz de distinguir el movimiento
de los pequeños objetos en las calles.
Los conozco a casi todos. A diario coincido
con ellos en la escalera, la parada del autobús, o en mi propia casa, aunque no creo que
ninguno me recuerde. Tal vez unos pocos,
pero a esos prefiero olvidarlos.
Me gusta observar, incluso lo que no dicen.
Cuando observo, sus cuerpos crecen lentamente. Adheridas al fondo de las copas crecen las uñas y los senos, y las silabas amontonadas en la forma de sus labios. Los observo a
todos y también el vuelo de las aves.
Desde aquí, lentamente.
Para que me recuerdes
me rehogo en tu ácido.
Por tu centro circulo
arañando epitelios
con espinas de muerto,
con vértebras sin plumas.
Desde el cardias asedio
tu boca de naranja
con dientes de clausura.
Escalo tu esófago
por dentro, con escamas.
Sin permiso la alcanzo,
ocluyendo papilas
circundando tus dientes,
me rebalso en tu estancia
y me expiro en tus fosas.
Asfixiada desgajas,
en tus labios fluidos,
elocuencias íntimas
de órganos profundos.
Y me arrojas sin tregua,
en visceral cascada
de aromas y esencias.
Con efluvios de dentro
te impregno por fuera.
Me rehago en tu náusea
berenjena de carne
y cabezas sin cresta.
Desde el suelo te miro
con los ojos redondos,
y los peces abiertos,
con globos sin párpado.
18/12/2007
Son lombrices que horadan
su luz en la profunda,
hasta la ciudad que huella
la tierra subterránea.
Urden umbilicales,
los que siempre retornan,
disueltos en el luto
del que pudre las piedras.
Son los que no vivieron
ni después de la vida.
Los que anudan ombligos
y convocan difuntos.
Rostros en el estómago
de su casa cuadrada
con un dolmen de carne
esculpido de ofrendas.
Son los que siempre buscan
su nombre en una orla.
Los que esperan su gracia
al final del recuerdo.