Con Harmon Avenue, la tercera entrega del joven poeta Isaac Páez, seguimos disfrutando de la línea propia del autor. Algo renovada y aparentemente fría, está dotada de una aguda emotividad, de angustiada melancolía, de ese incansable “deseo de estar en otra parte” que hace al poeta sevillano tan peculiar. La tristeza y la amargura se unen al cinismo y al sarcasmo; aspectos que ya forman parte de la poética de Páez, desde su primer libro adolescente, Entre la oscuridad y la química; y su segunda entrega, Contrato a tiempo perdido.
Harmon Avenue no se trata precisamente de un poemario fragmentario, sino que todos los poemas están vinculados entre sí. Nos narra una historia que concurre en Las
Vegas, donde los protagonistas principales – la prostituta Lucy Green y un jugador enamorado- están sumidos en un ambiente decadente, a veces surrealista, que nos evoca al cine negro, a las sanguinarias películas de Tarantino, incluso a los cómics y, por supuesto, al rock&roll. Un auténtico cóctel donde se mezclan influjos de estilos tan dispares -como Baudelaire y Rimbaud frente a Roberto Bolaño- sumergido en esa atmósfera oscura de suspense en blanco y negro. Sabor americano visto a contraluz, con un ritmo acelerado en versos cortos y sin puntuación, construcciones sintácticas que nos recuerdan a ese Breton en su Revolver à cheveux blancs: “Acabamos de morir pero yo estoy vivo y sin embargo ya no tengo alma”. Páez, como visionario, nos conduce hasta su propio suzjet de la narración, advirtiéndonos desde el inicio del libro con “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, como si de una novela o película se tratase. No quiere que perdamos detalles y por ello juega a dos voces a lo largo del poemario, para poder embriagarnos con su poesía hasta el final, para sentirnos “felices y borrachos como dioses”.
Así pues, lector, como dijo Baudelaire: “¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.”
Nosotros ya “en la puerta hemos colgado no molesten”.
Lucía Torres Verdejo.