VUELTA A LA EXPERIENCIA SENSUAL DE LA LECTURA

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POR ELIZABETH PALACIOS. FOTOS DE ERIK MEZA
Es medio día de cualquier sábado y a quien llega se le recibe con una sonrisa, un buen café recién hecho, pan dulce. También hay un poco de mezcal para los más valientes.
Llegar a La Casona Spencer, en el corazón de la capital de Morelos, para pasar una tarde de sábado haciendolibros, sólo eso, no es una idea disparatada en tiempos de traslados urbanos acelerados y predominio de realidades virtuales.
Nayeli Sánchez Guevara y Dany Hurpin, editores y promotores culturales, reciben sin excepción con brazos abiertos, y más si al entusiasmo por elaborar un libro, se le añade un par de cajas de cartón en buen estado para ser donadas a la causa: una editorial cartonera.
A las 12 en punto, Dany ya acomodas las mesas, los pinceles, los manteles, el cartón. Prepara el azúcar, el café, el mezcal y los vasos para recibir a quienes compartirán sus habilidades en esta experiencia de creación colectiva. Mientras comienza a servir el café, Dany destaca que apenas el pasado 28 de febrero La Cartonera Cuernavaca cumplió seis años de vida. Fue la primera editorial de este tipo en México y la octava en el mundo. Cada una de sus ediciones tiene un tiraje de 120 ejemplares en promedio —aunque hay casos excepcionales con ediciones de 150— y que aunque muchos piensan que es una editorial especializada en poesía, lo cierto es que en su catálogo también hay ensayo, novela corta, cuento y relato infantil.
A diferencia de algunos otros proyectos editoriales independientes mexicanos, La Cartonera Cuernavaca ha logrado un modelo de negocio sostenible. Han encontrado el equilibrio para seguir produciendo libros de manera artesanalsin que ello represente pérdidas económicas ni una reducción en la producción.
A La Casona llegan poco a poco poetas, cuentistas y narradores que también toman los pinceles y piden consejos a los artistas visuales que se aparecen mientras este sábado cualquiera sigue su curso, sin prisa. Nada parece tener orden ni formalidad. Sin darme cuenta ya me he bebido tres copas de mezcal.
Nayeli tiene razón. Este es un proyecto lúdico, de aprendizaje continuo. «El Consejo Editorial somos tres personas, pero en realidad el proyecto lo hacen todos los que participan y hasta los que solamente pasan a saludar, todo esto que ves es el proyecto», explica mientras sigue cosiendo los ejemplares de la semana, a pesar de su contractura de mano, derivada de años de una mala postura ante un microscopio obligada por su profesión de bióloga, mientras que Dany es geólogo.
Un año después de fundar La Cartonera Cuernavaca, Raúl Silva decidió emprender su propio proyecto: La Ratona, que se ha distinguido sobre todo por realizar talleres en comunidades indígenas y marginadas en varios estados del país.
«Nos encanta saber que en varias comunidades indígenas de México han replicado la técnica para hacer libros cartoneros, y que así como nosotros recibimos inspiraciones desde Sarita y La Cartonera, otros propagan este gesto», cuenta Silva, quien ha llevado el mundo cartonero hasta niños y maestros indígenas en las sierras de Puebla, Veracruz, Guerrero, Hidalgo y Oaxaca.
Motivados por lo que estaba pasando en Cuernavaca, un grupo de editores, escritores, periodistas y libreros de toda la vida decidieron iniciar su propio proyecto cartonero en Guadalajara, también en 2009. Siendo viejos lobos de mar del mundo editorial alternativo —llevan cerca de 25 años haciendo publicaciones independientes, incluida la fundación de la editorial La Alimaña Drunk—, arrancaron con La Rueda Cartonera como un colectivo, que hasta el momento ha editado 15 títulos.
El 2009 podría ser bautizado como el año cartonero, pues otros proyectos como Ultramarina y Meninas, nacieron en España, mientras que en Chiapas veía la luz Cohiná, una cartonera motivada por el interés de difundir la literatura chiapaneca. En sus cinco años de actividad, han editado 10 títulos de poesía y narrativa, entre ellos uno híbrido que se realizó en conjunto con Kodama y La Verdura, editoriales cartoneras de Tijuana y la Ciudad de México, dos proyectos más concentrados en publicar literatura urbana que refleje la identidad de sus ciudades.
Para Jesús Cano, investigador de la Universidad Complutense de Madrid, quien ha dedicado tiempo al estudio de las editoriales cartoneras, éstas tienen una doble vertiente: la social y la literaria. «La social, pretende involucrar en el proyecto a las personas desfavorecidas; si no ayudarlas económicamente (o sólo de manera simbólica), al menos hacerlas partícipes de la vida de su comunidad. En cuanto a la finalidad literaria, existe la idea de reflejar la cara oculta de la literatura y publicar a autores que no ingresan en los circuitos habituales de distribución, en los que es tan complicado y a veces imposible entrar, aunque también hay autores de renombre que han cedido los derechos de sus libros para que sean publicados en edición cartonera. Estos dos propósitos confluyen en un tercer punto que abarca a los dos: igual que hacía García Lorca con su teatro, se busca llevar la literatura a lugares y grupos en los que no se lee tanto, bien porque no se pueden permitir comprar un libro que supone una parte exagerada de sus ingresos o bien porque no han tenido la educación y la formación lectoras».
Eloísa se convirtió en el proyecto pionero en el mundo del movimiento editorial cartonero. Nació en Buenos Aires en 2003, apenas dos años después del colapso económico, político y social argentino de finales de 2001. Johana Kunin, antropóloga, recuerda que durante los años previos y posteriores, uno de los símbolos sociales más significativos del aumento y la visibilidad de la pobreza fueron los hombres, mujeres y niños que recogían —y aún siguen recogiendo— materiales desechados para su posterior comercialización: los cartoneros.
Así, para los fundadores de Eloísa Cartonera, el primer objetivo fue «apropiarse del libro como arma contra las injusticias del capitalismo», como dijo en su momento a los medios argentinos el escritor Washington Cucurto, su fundador. Pero no en todos los países se presentó el mismo contexto, de ahí que resulte difícil encontrar otro común denominador en estas editoriales que no sea el cartón mismo.
Carolina es chilena y hace 14 años que vive en Madrid. Junto con otras colegas periodistas con las que trabajaba en un informativo cultural iberoamericano decidió probar suerte y arrancar la que sería la primera editorial cartonera europea, también en 2009. Unos meses después, el mexicano Iván Vergara hizo lo propio en la región de Andalucía con Ultramarina.
Pero en España no hay personas que recojan el cartón, lo hacen los ayuntamientos. Así que enfrentaron su primera dificultad: la materia prima. Al principio ellas mismas recogían el cartón, hoy trabajan con una asociación que ayuda a personas con discapacidad intelectual, quienes recogen el cartón y reciben capacitación para participar en el proceso de producción artesanal de la obra gruesa de cada libro.
«Cuando comenzamos esta crisis se intuía, pero aún no se encontraba de lleno en el país. Hemos tenido que virar y reestructurar tiempos de publicación de nuevas obras, precios, viajes; en general cambiaron los planes de la editorial. Pero es este el momento para que surjan editoriales cartoneras como las que hay en América, eso sí que lo creemos, es el momento de mirar lo que se ha hecho en países como Argentina, Chile, Perú y México e implantarlo en este país. Puede sonar a tontería para algunos, pero nosotros hemos tenido que abrir una sección ‘low cost’ (bajo costo), ante todo pagando a los colaboradores por su trabajo», relata Iván.
En España o Argentina, los libros tienen beneficios fiscales, por lo que siguen siendo accesibles a pesar de las crisis económicas, sin embargo, hay países como Chile donde a pesar de vivir un momento de desarrollo económico importante, los libros son muy caros.
Maca, de Opalina Cartonera lo explica: «Aquí los libros son carísimos, la gente común no tiene acceso a ediciones originales y de calidad. Las editoriales cartoneras nacen para contrarrestar los elevados precios y satisfacer las necesidades literarias y artísticas, tanto del autor como de los lectores».
SINGULAR. Cada libro producido de forma artesanal representa una experiencia única, donde se cuida tanto el contenido literario como el visual y el táctil.
El libro-palabra
Los editores cartoneros enfrentan dos realidades en contraste. Por un lado, demostrar que no se trata de proyectos efímeros para publicar solamente la obra de sus amigos, sin importar la calidad literaria de los materiales, y por otro, que las ediciones cartoneras no se limitan a publicar a autores desconocidos ni están peleadas con los grandes nombres de la literatura.
En México, por ejemplo, La Ratona ha publicado 20 libros, varios de ellos con la obra de poetas infrarrealistas como Mario Santiago, Ramón Méndez, Bruno Montané, Pedro Damián y Rubén Medina, pero también están en su catálogo títulos de autores como Juan Villoro, Luis Zapata y Hermann Bellinghausen.
La Cartonera Cuernavaca ha publicado textos de artista John Spencer, el escritor Mario Bellatín y el poeta Pedro Granados, quien durante mi visita a Cuernavaca también está de paso y accede a contarme sobre su experiencia como autor cartonero. Se esfuerza por dejar en claro que él no podría definirse como un autor del mainstream y que, por tanto, el trabajo de las editoriales alternativas en general, y de las cartoneras en particular, va muy acorde con su postura crítica en el mundo literario:
«Ha sido una excelente herramienta para hacer mi poesía más conocida en México. El libro en papel en general está en crisis en el mundo entero dado el fenómeno de la internet y las copias en PDF. Es un momento especialmente dramático.
«Lo que se hace aquí es un libro-objeto, un arte multidimensional. Eso me pareció fascinante, no es una propuesta solamente literaria, sino poliartística y que está muy bien valorada».
Autores reconocidos como Ricardo Piglia, Alan Pauls, Rodolfo Fogwill, Haroldo de Campos, Enrique Lihn, Raúl Zurita, Luisa Valenzuela, Tomás Eloy Martínez o César Aira, en algún momento han otorgado permiso para que se realice la edición cartonera de sus trabajos en Eloísa Cartonera sin recibir ninguna retribución económica.
«Hay cartoneras que publican textos de gran calidad y otras desatienden ese aspecto; sospecho que en esos casos es más importante el hecho de elaborar libros que la intención de establecer un criterio literario riguroso, dicho sea sin ánimo de menoscabar. Además, en las editoriales convencionales sucede lo mismo», explica Jesús Cano. Si bien es cierto que no todas las cartoneras tienen los mismos criterios para seleccionar sus materiales, tal como pasa en editoriales convencionales, lo cierto es que los que siguen publicando, lo han logrado por establecer lineamientos literarios muy claros. Tenerlos brinda certeza tanto a los autores como a los lectores de que sí es asunto serio.
¿ANÓNIMOS? Artistas conocidos no firman su obra para fortalecer el esfuerzo colectivo.
El libro-objeto
Dentro de la amplia oferta que existe en el mundo cartonero, La Cartonera Cuernavaca tiene un sello distintivo: el arte de las portadas. No existe la producción en serie. Cada pieza es única. Muchos han sido los artistas plásticos que han plasmado su creatividad en las portadas de los libros, sin embargo, hace ya tiempo que se decidió que el trabajo de portadas debía ser colectivo y abierto a cualquiera que deseara participar, fuera o no artista consagrado. Así, el proyecto continúa con su naturaleza social, en un acto de total congruencia con su vocación democrática.
El artista plástico Cisco Jiménez, quien recientemente se integró al Sistema Nacional de Creadores al cumplir 25 años de trayectoria, es uno de los artistas morelenses más reconocidos y también deja su arte plasmado en las carátulas de La Cartonera.
«Yo empecé aquí con las pretensiones de artista, entonces mis portadas eran una obra mía, ‘un Cisco Jiménez’, pero eso llevó al problema de que solamente podía hacer dos o tres portadas y tal vez tendrían que venderse en un mínimo de los estándares del mercado del arte y eso hacía incosteables los libros. Así que fuimos dándole forma a esta idea de que el arte de La Cartonera tendría que ser una creación colectiva y prácticamente anónima, para que así el artista no tuviera el problema ni de sus precios, ni de su ego», relata el creador, quien recuerda que el espíritu de La Cartonera está basado en el acceso al arte y la literatura para un mayor número de personas, por lo que conservar los precios que tienen ahora los ejemplares es algo clave.
Tras investigar a varias editoriales cartoneras en América Latina y Europa, el investigador Jesús Cano ha llegado a la conclusión de que la búsqueda de la creación de libros-objeto es uno de los grandes pilares de estas editoriales alternativas.
«Leer un libro debe ser una experiencia única. El libro artesanal es un ejemplar irrepetible, lo cual no lo convierte necesariamente en una obra de arte, multiplicando su precio y desvirtuando así el principio de difusión de la lectura. No se pueden negar los beneficios y posibilidades de la lectura digital, pero no hay que olvidar tampoco que la lectura es también una experiencia sensual, donde el tacto desempeña un papel destacado. En la lectura, como en el amor, la interacción física es irremplazable. ¿Seremos los apegados al papel dinosaurios crepusculares?», pregunta Cano.
Iván Vergara es mexicano. Además de editor, es músico y promotor cultural. Vive en Sevilla, España, hace ya seis años, donde las editoriales cartoneras han sido recibidas con sorpresa, no hay mucha gente que conozca el formato. A la fecha, ya hay 10 editoriales de este tipo y al menos tres de ellas se mantienen publicando con frecuencia. «Lo más importante es que la gente note, si antes no habían tenido la oportunidad de hacerlo, que un libro es más allá que un objeto clónico que huele a papel, sí, eso que tanto nos gusta a los compradores de libros, pero el que huela a papel almacenado no es lo mismo al olor del papel labrado y pintado mano con mano: cualquiera reconoce el valor de estos objetos, el trabajo que hay en ellos».
LA LISTA. De Argentina el fenómeno se extendió a Perú, Chile, Brasil, EU, hasta llegar a Europa y África.
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Promesas de cartón
Hablar del futuro siempre es incómodo, así que cuando cuestiono a los editores cartoneros sobre sus expectativas en el mundo editorial, hay posiciones encontradas. Raúl Silva es tajante, pero con tono esperanzador:
«Para nosotros en La Ratona, hacer libros cartoneros es un gesto que tiene que ver con lo inmediato, y lo inmediato es hacer talleres donde nos la pasamos bien pintando y construyendo libros. Que esos libros encuentren sus lectores es algo que se va dando de una manera natural y en ello interviene el azar. No le tememos a Internet, porque sobre todo es una nave que nos hace viajar y encontrar lo que en otros tiempos tardaba en llegar o nunca llegaba».
Desde la óptica documental, Jesús Cano no es tan optimista pues considera que el momento de mayor auge de las editoriales cartoneras ha pasado y que el fenómeno está en un proceso de franco repliegue. «Mi impresión —es posible que me equivoque— es que la fuerza con la que irrumpieron hace una década, hace cinco años, se ha ido desgastando y el sentimiento de pertenencia a un proyecto colectivo es menor. Imagino que algunas subsisten y funcionan perfectamente; también me consta que van naciendo otras nuevas, pero creo también que muchos de los grandes proyectos tienen dificultades para continuar, y los núcleos de trabajo se van aislando». Pero también asegura que aunque las cartoneras llegaran a desaparecer, no lo harían sin dejar huella.
SIN PAR. De acuerdo con Johana Kunin, doctora en antropología por la Universidad Nacional de San Martín, entre 2003 y 2010 surgieron unas 48 editoriales «cartoneras» en 19 países del mundo. Ahora se podría tener registro de 80, aproximadamente, aunque no todas siguen activas con la misma frecuencia. Y ninguna es igual a otra.
«En estos años pasados se han hecho escuchar con atención y en diferentes ámbitos, demostrando que es posible hacer libros y difundir la literatura al margen de la dictadura de los grandes grupos editoriales y las penalidades de las editoriales más pequeñas, que ya tienen bastante con sobrevivir. También han ofrecido un camino alternativo al universo de Internet, otro canal de difusión que, pese a las posibilidades que ofrece y todas sus ventajas, tiene elhandicap de que no hay modo de filtrar todos sus textos; no hay ningún mapa para orientarse en la Biblioteca ilimitada que nos enseñó Borges».
Puede que tenga razón Cano cuando recuerda las palabras del poeta Raúl Zurita al referirse al tiempo que desaparezcan las grandes editoriales y queden tan sólo los lectores electrónicos y los libros cartoneros… «Para los que hemos aprendido a leer (y no me refiero a descifrar el alfabeto, sino a gozar de la lectura como un acto casi mágico) con el tacto, el calor y el peso de un libro entre las manos, será difícil que nos conformemos con un impersonal libro electrónico«.
Y es que más allá del trabajo editorial, lo que ha llamado la atención del fenómeno de las cartoneras en el ámbito académico, es su política de capacitación al lector. Iniciativas como el taller de lectura Libros, un modelo para armar (L.U.M.P.A.) de Sarita Cartonera, de origen peruano. Johana Kuni, por ejemplo, afirma que L.U.M.P.A. llamó especialmente la atención de los integrantes del Programa Cultural Agents de la Universidad de Harvard (EU), que luego de haber invitado a Javier Barilaro (de Eloísa, Argentina) y a Milagros Saldarriaga (de Sarita, Perú) a dirigir talleres para iniciarlos en la práctica de hacer y trabajar con libros, han utilizado la metodología pedagógica de Sarita en centros educativos de Boston, México y Puerto Rico.
Tampoco se puede negar que hay proyectos como el de la editorial brasileña Dulcineia Catadora que generan un cambio social en jóvenes marginados, como los de las favelas que se han incorporado a la producción de libros a cambio de una remuneración.
PROMOTORES. Nayeli Sánchez y Dany Hurpin, editores cartoneros.
«Ninguna de las editoriales cartoneras ha tenido que pedir permiso para existir y mucho menos para ser diferente. Hay quienes venden libros baratos y accesibles y, otras, libros declarados como caros. Hay quienes nacieron en consonancia declarada con su realidad sociopolítica local y latinoamericana. Otras expresan que, antes que todo, son una editorial», dice Kuni.
Hay cartoneras que nacen en ciudades con «cultura de lectura» y otras en urbes calificadas como «culturalmente marginadas». Hay quienes resaltan que el objetivo es trabajar y estar juntos. Otros, que han creado la iniciativa para escapar de la crisis, como una oportunidad de trabajo, o para publicar libros de gente que los fundadores admiran o a autores tanto conocidos como desconocidos localmente. Hay editoriales que fabrican «sueños idealistas de maneras de funcionar alternativas», están las que quieren brindar una alternativa frente a contextos de violencia de los jóvenes de sectores de escasos recursos y las que sólo desean entregarle a los niños el primer libro de sus vidas.
Y es toda esa diversidad la que, paradójicamente les da identidad. Iván Vergara lo explica así: «Me gusta pensar que las editoriales cartoneras vivimos en una casa muy amplia, con espacio para las propuestas más variopintas; me parece que se construyen automáticamente habitaciones nuevas cuando aparece una, por otro lado cuando una puerta de esa casa se mantiene cerrada, no quiere decir que no lo hará jamás, sino que hay que esperar su propio tiempo. Creo que somos un pequeño universo, muy creativo, contagioso y con la oportunidad de generarse prácticamente en cualquier sitio».
Si alguien sabe resumirlo poéticamente es sin duda Raúl Silva, de La Ratona: «A un libro cartonero sí lo puedo definir: es una puerta de cartón iluminada».
EL DISFRUTE. Las editoriales cartoneras se preocupan porque la lectura resulte placentera para cada sentido.
ELIZABETH PALACIOS es feminista, humanista, viajera y hedonista. Ciencia, derechos humanos, cultura, viajes y finanzas están en su lista de temas de cobertura periodística, pero hoy se autodefine como «profesional del periodismo de la felicidad». En twitter: @elipalacios